por Miguel Ángel Avilés
Para Arely, quien tampoco estuvo allí
A mí no me pregunten nada porque yo no estuve allí. Si se patearon por debajo de la mesa, si la vinagreta estaba desabrida, si los arreglos de centro estaban muy cursis, si alguien faltó, si ese menú no fue la mejor elección, si todo fue grabado por el Cisen, yo , la verdad, no me di cuenta porque han de saber, aunque ustedes no lo crean, que no me invitaron.
Todo ese día me quedé esperando y nunca llegó la ansiada invitación. A la puerta de mi casa arribaron recibos de Telmex, del agua, del gas natural, estados de cuenta, publicidad de coppel, promociones de pizzerías, ofertas de Famsa, pero la invitación al relevante enlace Escudero-Beltrones jamás llegó.
Aún esperanzado, de última hora me comuniqué al Aeropuerto para saber si había alguna reservación Hermosillo-DF a nombre de este columnista y tampoco nada. Le señorita leyó en voz alta: Murillo Miguel Ángel, Cortés Miguel Ángel, otro y otro Miguel Ángel pero Avilés Miguel Ángel ni por error.
El día se iba y ya, en un acto de desesperación y a pesar de los enconos que, sé, hay de por medio, esperanzado en un vuelo charter marqué al palacio de gobierno a ver si de mera casualidad a ellos si los habian invitado y esto me puso peor: una grabadora se activó: “si desea una audiencia con el señor Gobernador, marque 1… si quiere denunciar a alguien que esté por encima de la ley, marque 2…. si quiere protestar por la demolición del parque de Villa de Seris, marque 3”…
Cuando la voz iba en el número 9 colgué de un golpe y seguí esperando a que esa invitación llegara.
“El edificio fue construido por Miguel José de Quiera, a partir de los planos de Pedro Bueno Basorí. Ésta duró de 1734 a 1737 y la patrocinaron Ambrosio Meave, Francisco Echeveste y José Aldaco. El Colegio se llamó de San Ignacio y estuvo destinado a niñas, doncellas y viudas de ascendencia española. La dirección del plantel siempre ha sido laica. Allí estuvo Josefa Ortíz de Domínguez, más tarde esposa del corregidor de Querétaro. El edificio tiene tres portadas: una ostenta un escudo, otra la imagen de San Ignacio en un nicho y la tercera el águila sobre el nopal devorando a la serpiente. Las dependencias se agrupan alrededor de cuatro patios y las dos plantas están unidas por una magnífica escalera. La capilla del colegio, cuya portada es obra de Lorenzo Rodríguez, conserva los retablos barrocos. En este local se ha ido formando un pequeño museo de arte religioso. Los costados que miran a los antiguos callejones de San Ignacio y Aldaco y la Plazuela de las Vizcaínas están ocupados por accesorias de taza y plato, así llamadas porque constan de dos plantas, una sobre otra. Originalmente estuvieron ocupadas por artesanos, que trabajaban en la parte de abajo y habitaron en la de arriba, prestaban servicios al vecindario y a la vez pagaban una renta al colegio. Esto produjo una sucesión rítmica de puertas y balcones en la porción inferior del parámetro, en contraste con los grandes paños superiores de tezontle, cortados a trechos irregulares por ventanas extraordinariamente altas, cerradas con fuertes rejas, que dan luz a las viviendas interiores del colegio.”
Esto no aparecía seguramente en la rotulada invitación que como se darán cuenta nunca me llegó. Los datos eran otros, en resumen decía lugar fecha y hora en que Sylvana Beltrones Sánchez y Pablo Escudero Morales, populares apellidos de barriada, contraían nupcias como pináculo religioso al gran amor que se profesan.
La tarde pardeaba cuando uno de tras del otro acompañados del escogido grupo de invitados arribaron al altar de la capilla del Colegio de San Ignacio de Loyola, para esperar, cual misericordiosos cristianos, la celebración de la santa misa oficiada nada mas ni nada menos que por el Presidente del organismo formado por los obispos mexicanos para promover los valores de la Iglesia Católica tanto al interior de la institución como fuera de ella., o sea la Conferencia del Episcopado Mexicano. Carlos Aguilar Retes, del meritito Tepic Nayarit pero hoy obispo de Texcoco, pasado a la historia por admitir en abril pasado que los narcotraficantes son "muy generosos" con los pueblos en los que actúan y que algunas veces "construyen" hasta alguna capilla.
Es el prelado que reconoció que algunos narcotraficantes, a los que no identificó, se han acercado a representantes de la Iglesia católica, algunos en secreto de confesión, en busca de consejo porque desean cambiar de vida y encontrar la paz, aunque aclaró que no se recibe ninguna limosna por escucharlos."Son muy generosos con las sociedades de sus pueblos habituales y, en general, meten la luz, ponen comunicaciones, carreteras, caminos, por cuenta de ellos. Son muy generosos y muchas veces también construyen alguna iglesia o una capilla", dijo Aguilar Retes.
Con ese corazón no habría por que desperdiciarlo y fue así como en poco mas de una hora y justo cuando este columnista en pleno despecho optaba por irse mejor a la boda de su amigo el Héctor, les impartió la bendición sacramental a Carlos y a Sylvana o viceversa quienes, hincados en esa alfombra roja y frente al santísimo Ignacio de Loyola, el mero mero fundador de La Compañía de Jesús, quiero decir de los Jesuitas, lucían como dos querubines como símbolo de la deidad que regía en ese sacramental momento.
Los hombres de traje negro. Las damas en vestido de gala color violeta, dorado, amarillo, rosa bien mexicano, o rojo. Los hombres de moño, de corbata o de levita. Puños con cinta gris y encaje blanco al crochet, con dos botones. Cierra al frente con tres botones. Tajo central en espalda y dos botones en cintura. Un bolsillo interno. Las mujeres vestidas glamorosas, vestidas de noche, vestidas de fiesta.
Los novios, seguramente agobiados por su situación económica futura, regalan una sonrisa kitch a las cámaras, van tomados de la mano hacia la deseada buenaventura al compas de la Orquesta Clásica de México dirigida por Carlos Esteva. Una valla de distinguidos personajes flanquea su andar y mira como consagran su esfuerzo con este triunfo que garantiza pactos entendidos de aristocracia.
El padre del novio observa firme el comienzo apenas de esta primera etapa de transferencia sanguínea y piensa para sí los entronques oligárquicos que les promete el acontecimiento. Su hija, hermana del novio, en vestido de tirantes y chal color perla transparente, pone su vista en el goce ajeno que parece ser suyo.
El padre de la novia, con un primor insuperable, se mantiene estoico, impertérrito como si estuviera a punto de tomar protesta. Su peinado es una monada, su bigote es la geometría perfecta. Moño luctuoso ad hoc para el duelo por su hija que se va, rosa con un infaltable jazmín en el ojal. La madre de la novia evidencia su cara endurecida, propia para un rito de dolor o de coraje pero no para una boda. Viste un vestido color mostaza y aprieta sus dientes contenidos para no soltar lo que está pensando.
Los testigos -sin Jehová- predicarán con el ejemplo -para los novios- la importancia de la decencia y la rectitud: Emilio Gamboa Patrón, Beatriz Paredes, Jose Luis Soberanes, los tíos de la novia: Alcides y Orestes Beltrones Rivera y otras finísimas personas.
Acompañándolos están todos(los invitados). La pasarela felicita a los apellidos y se detienen un instante para las fotos. La sangre azul recorre los torrentes. Se respira la buena vibra (mmm). El escenario es de portada, memorable. La revista Caras de editorial televisa se llevará la exclusiva. Cuantos lectores vomitarán la envidia. Cuantos. Que sonrojada estarán poniendo Los Borgia, Los Corleone donde quiera que estén, si es que están, si van llegando. El padrino de la boda sabrá que lo que puzzo valdrá mas que la pena. Santificados sean sus nombres.
Vayan con dios, la misa ha terminado: es hora de pasar al gaudeamus. Es hora de abrir los temas en la mesa. El ex convento de las Vizcaínas, selecto monumento histórico de coloniales arcos, abre sus puertas, sus luces y se engalana por tan distinguida concurrencia. Las copas reciben la consagración de las bebidas.La Orquesta de Héctor Tirado y Ezquerro DJ ensayan los primeros acordes y un comensal y otro logran sus primeros acuerdos en esas mesas uniformadas con blancos manteles que representan la pureza. Un ramillete de orquídeas aquí, otro allá, representa el esfuerzo más grande de ellas para perpetuar la vida, la prosapia, el apellido.
A los novios Asia los espera. Antes, el ritual debe terminar: la dicha se perpetúa. Se dicen cosas al oído que revelan una sonrisa maliciosa, ya piensan en el fin de ese espectáculo y minutos después, a solas, el saboreo de la gloria.
Pero el paladar no engaña -él no- y ya los dedos de los invitados arañan los cubiertos. Los meseros cruzan miradas y desde algún lugar del salón, su capitán da la orden y marcha el menú -que no es ni comida económica ni traída de la cocina económica- en sus justos tiempos:
Salmón en crema de caviar
Crema de morillas
Filete en salsa de pimiento verde
Vacherín de macadamia.
Y de postre:
Negrito en camisa.
Degustar este postre venezolano es dejarse llevar por su magia, por la pasión que desborda el majestuoso bizcocho de chocolate, altivo, esponjoso, bañado en su delicadísima crema inglesa, fina y sutil. Caliente o frío, este postre desatará el más espléndido despliegue de sensaciones en su paladar, déjese llevar por este sueño de chocolate, utilizando como base para su preparación uno de los mejores ingredientes del mundo, el chocolate proveniente del Cacao cultivado en esas tierras.
Así, como al menú lo comensales, así tambien se comió el tiempo a la noche y nunca, nunca que llegó la tanda húngara. ¿No hubo? Creo que no, pero la verdad no lo sé de cierto.
De lo demás que pasó en ese antiguo monasterio no me pregunten nada porque, han de recordar vuestras mercedes que, por razones que hasta ahorita desconozco, yo no estuve desgraciadamente allí…
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