miércoles, 6 de enero de 2010

Mi amigo Luís y nuestro idioma

Miguel Ángel Avilés
avilesdiván@hotmail.com
Mi amigo Luis, que es maestro universitario y mejor persona, me regaló el libro Los 1001 años de la lengua española del autor Antonio Alatorre. Aunque mi amigo Luis lo niegue, yo estoy seguro que en el fondo me lo dio para que por fin, con la ayuda de este ejemplar, yo aprenda a escribir bien o para que no cometa tanta barrabasada con el lenguaje cuando estoy escribiendo.
Alatorre narra la historia de la lengua española en un libro no técnico destinado a lector de la calle, el lector general, al que compra libros sin otra finalidad que leerlos.

Luis suele conversar con pasión sobre este tema; es especialista en lingüística y sin percatarse quizá o reservándose el cobro de sus honorarios para cuando yo ya quede pulidito, algo muy, muy difícil, me ha compartido muchos de sus conocimientos al respecto.

Tengo muchos más amigos, quizás más de los que merezco y de todos tengo algo que contar. Por ejemplo, tengo una amiga, de la cual obviamente no diré su nombre, que un día me la encontré y me salió con la novedad que se iba para el otro lado a perfeccionar el inglés. Al escucharla, yo, con toda inocencia, le sugerí que porque mejor antes no se quedaba aquí en México a perfeccionar primero el español.

No creo que la causa haya sido este comentario pero desde entonces mi amiga no me ha vuelto a buscar para confiarme algo. No sé si atendió mi sugerencia o si ahora es toda una políglota; al que si he seguido viendo es a mi amigo Luis y cada vez que lo hago casi lo termino agarrando del brazo para que no se vaya porque las conversaciones con él, las cuales siempre están salpimentadas con un gran sentido del humor, se tornan muy interesantes. Claro, por lo que dice Luis, no por lo que digo yo.

Me lo encuentro entre el departamento de blancos y carnes frías de una cadena comercial, o en un café o en su fuente de trabajo o en una reunión de sano esparcimiento y hacemos (hace él, más que nada) un análisis lingüístico de algún tema vigente de la nota roja, o lo someto a científico interrogatorio sobre un tema que por ahí yo traiga pendiente en relación a lo que él sabe, o recojo de él lo que para mí son novedades conceptuales como pudiera ser el significado de idiolecto, entonación, idiotismo o cualquier otro giro o expresión idiomática; me sugiere un libro (de seguro, con la misma intención que comentaba al principio), o le pongo a consideración alguna idea o algún texto literario de mi autoría; o se sumerge en las variantes dialectales del español o me cuenta sus experiencias como maestro de latín, porque también sabe un resto y ha dado clase de latín (aunque debo de aclarar que las charlas que tenemos él y yo siempre son en español).

Una vez estábamos entrados con cualquiera de estos temas, y contagiados tal vez por Alex Grijelmo, hacíamos una defensa apasionada del idioma español.

Citemos para contextualizar, que este autor “defiende el idioma español frente a las amenazas y ataques que sufre: la fuerza invasora de lo anglosajón, los problemas que afectan al sistema educativo, la extensión de las nuevas tecnologías y el mal uso que a menudo hacen de él los hispano-hablantes. Una reivindicación del español, pero no a costa de otras lenguas sino en diálogo enriquecedor con todas ellas.”

Palabras más, palabras menos, eso mismo dijo Luís pero a su manera. Por ejemplo, Licenciado, dijo, refiriéndose a mí, porque así me dice: “para ingresar a ciertas escuelas, te hacen examen y te exigen conocimientos mínimos del inglés, pero nunca te hacen un examen para evaluar tus conocimientos sobre el español, nuestro propio idioma.”

Luis tiene razón y no hacen ese examen quizá porque en su optimismo educativo las autoridades dan por hecho y están convencidísimas de que todos lo dominamos a la perfección, lo cual no es cierto y como prueba tenemos esta columna y cualquier pronunciamiento de cualquier representante popular cuando lo entrevistan.

Con todos sus doctos comentarios y sobre todo con ese último, sumado al reciente libro ya mencionado que me regaló, Luis otra vez me ha dado una gran lección de vida e indirectamente me ha orillado a que yo tome una decisión con carácter de irrevocable que se las resumo así:

Resulta que hasta estas alturas de mi existencia siempre he sido extremadamente bruto para aprender el idioma inglés y tal vez los estudiosos de la programación neurolingüística dirán que predispuse a mi mente, pero ni los maestros de la secundaria, ni Ingles Sin Barreras, ni Harmon Hall, ni mi sobrina Arely pudieron hacer algo por mí. Al respecto pues, no tengo remedio. Me rindo.
Pero Dios sabe porque hace las cosas (lo que no entiende es porque nosotros las echamos a perder), así es que si ya no daré ni un paso en el aprendizaje del inglés, entonces, como reto para este año que comienza, haré lo posible, subrayo lo po-si-ble por aprender lo mas que pueda el idioma español y, como sugiere Grijelmo, se los advierto, lo defenderé apasionadamente.

Sé que buena parte de esta colosal tarea que me he propuesto, ya lo hace la Real Academia Española, ese organismo que se dedica a la elaboración de reglas normativas para el idioma español y a trabajar por la unidad del idioma español en todos los territorios en los que se habla, pero no está demás que cada uno de nosotros le demos su ayudadita.

Usted, incluso sin proponérselo, lo puede hacer. Ya ven a Cantinflas quien con su idiolecto, es decir, con su muy personal forma de hablar, aportó, creo que sin intención, el verbo cantinflear, una palabra que fue reconocida por la Real Academia de la Lengua Española en 1992 y que puede consistir en el expresarse con frases, o palabras incoherentes, incompletas o fuera de orden, ya sea para intentar confundir o convencer a otros de que él tenía la razón aún cuando no necesariamente fuera ese el caso o el hablar sin parar, soltar frases inconexas de manera convincente, dar vueltas a un mismo asunto, pero sin terminar nunca de explicarlo.

Ándele: así como la redacción de esta columna o como cuando habla Manlio Fabio Beltrones, o Chucho Ortega o Cesar Nava o Gómez Mont.

Exacto: como cuando Felipe Calderón nos expone, en cadena nacional, la situación actual del país.

Pero el diccionario de la RAE se está modificando constantemente y siempre está a la espera de propuestas de adición, supresión o enmienda que se quieran hacer a través comisiones académicas.

¿Que esperamos? El México de los últimos años, específicamente en lo que se refiere a nuestro gran flagelo como lo es el narcotráfico, ha acuñado palabras que, por lo reiterado de su uso diario en los medios de comunicación o en boca de nuestros gobernantes, ya son comunes, tanto que a lo mejor ya merecen proponerse ante la RAE para que se oficialicen.

Yo, por ejemplo, sugiero estas: encobijar, empozolar, entambar, enteipar, encajuelar, narcomensaje, narcomanta, levantón.

Ustedes y desde luego mi amigo Luís, deben de tener otras. Sé que harán conmigo una defensa apasionada de nuestro idioma español.

Ahí poco a poco, como lo quería hacer mi anónima amiga con el inglés, ya verán que lo iremos perfeccionado. Esperaré propuestas pero de antemano, mis amigos, thank you very much.

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